Avatar: El Camino del Agua (Reseña)

Cuando James Cameron dice que está empujando la tecnología a su límite para contar una historia, lo dice en serio.

Con esta secuela de Avatar lo demuestra con un mundo CGI impresionante, inmersivo dónde fácilmente nos sentimos, para bien o para mal (ya lo decidirá cada espectador), dentro de un videojuego con los gráficos hiperrealistas más avanzados en alta definición. Salvo por los minutos donde vemos humanos reales, bien puede pasar por una gran película animada.

Sí, es una película demasiado larga (más de tres horas de duración) que en su primer acto pone las bases de lo que vamos a ver: La unión familiar, la desobediencia que viene con la juventud, la venganza y la comunión con la madre Tierra (en este caso, Pandora). El segundo acto es básicamente un documental de National Geographic y una lección sobre el cuidado de las especies y el ecosistema. Ya en el último acto Cameron arroja toda la carne al asador con una brutal batalla marina, dónde hace eco a su Titanic pero con secuencias de acción.

Los nuevos Na’vi costeños, con un diseño para adaptarlos al agua con todo y brazos de Popeye, son todo lo que les faltó a los Talocanos en Wakanda Forever.

Visualmente, su director vuelve a revolucionar los efectos visuales (con ayuda de la compañía Wētā, aquella que creó Peter Jackson) y nos da la película más impresionante en imágenes de los últimos años. Además de que nuevamente cumple su capricho de presentarla en 3D y es un agasajo verla así y en pantalla IMAX.

Pero, al igual que la primera Avatar, The Way of The Water flaquea en su guion, dejando cabos sueltos (que seguro serán explicados en las próximas tres películas) y sacándose de la manga elementos que no cuadran. Aún así, es un espectáculo que vale la pena experimentar.

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